jueves, 11 de diciembre de 2008

El Rey Bondadoso

Cuenta la leyenda, que hace mucho, mucho tiempo, en algún lugar del sur de la India reinaba un malvado Rey, que con su espada y armadura sometía a todo aquél que no acallara sus órdenes.

Durante tres noches de luna llena, anduvo persiguiendo a un jinete con un corcel negro, que le había robado su propio caballo. No consiguió darle caza y entonces, se sintió frustrado; recorría las estancias de su habitación una y otra vez en busca de un plan, una solución para poder encontrar a su apreciado Anak.

Al final se rindió al sueño y quedó sumido en un profundo letargo; empezó a soñar:

Se veía el mismo de niño, jugando y corriendo con todos los demás niños del pueblo. Se perseguían, escondían, cantaban, bailaban y sonreían. Tenía amigos y con ellos jugaba a un montón de cosas.

Sin embargo, hacía mucho tiempo que no perseguía, ni bailaba, ni danzaba, ni sonreía. ¿Donde había quedado todo esto? Además, había perdido su caballo más preciado y, se dio cuenta de que estaba totalmente sólo.

Al despertar la mañana siguiente, organizó juegos por todo el pueblo, pero la gente no participaba; entonces observó que le tenían miedo. Miró hacia el fondo del mercado donde se hallaba y sorprendido, vio el caballo negro del jinete escurridizo. Se acercó a él, y el hombre con capucha blanca ya no huía. Entonces el rey le pidió consejo: - estoy sólo- le comento, - ¿cómo puedo cambiar y mostrarme otra vez como cuando era niño? He olvidado sonreír – dijo.

El jinete contestó: - Primero despójate de todo aquello que has robado a tu pueblo y devuélvelo a quien le pertenece. El pueblo sorprendido empezara a abrir sus ventanas; llevaban años los pórticos de las casas cerrados.

Organiza un banquete, invita a todo aquél con quien sientas que tienes algo pendiente; y, después de cenar, pide perdón por tu egoísmo y por no saber hacer las cosas de otra manera. Reconoce tu equivocación. Entonces, tus vecinos y poderosos de los pueblos de al lado te perdonarán.

Y, por último quítate esa ridícula armadura y empieza ser libre, porque ya es hora de andar descalzo y recuperar tu propio poder, aquel don que llevas contigo y hace tanto tiempo guardas en tu corazón.

- Muchas gracias- dijo el rey.

Empezó, una por una, a soltar todas las cargas que se había puesto durante tanto tiempo y devolver a su pueblo sus pertenencias. No tan sólo abrieron las ventanas; además, empezaron a salir a la calle; estaban contentos, sonreían, y los niños jugaban.

El día del banquete invitó a muchos de los pueblos vecinos; hubo bailes, canciones, y música para todos. Después de la cena pidió perdón.

En ese momento, el silencio se apoderó de la sala. Como un latir de alas, la brisa entró por la ventana del Castillo y pasó uno a uno a través de todos los presentes. Todo el mundo se había quedado perplejo.

Entonces, un niño se acercó a el Rey y le dijo -gracias por enseñarnos quién eres, al fin veo brillar tu estrella.- y desapareció entre la multitud.

Por último, rompió su armadura y la fundió en el fuego, creando una medalla donde grabó: “gracias por ayudarme a recuperar mi camino”. Volvió al mercado, habían pasado tres días y tres noches. Encontró de nuevo al jinete que aún tenía su caballo; ya que el rey le había pedido que lo guardara hasta haber cumplido su propósito. Se acercó y le regaló la medalla. El jinete se puso el medallón y lo leyó.

En seguida se quitó la capucha y el Rey, sorprendido se dio cuenta de que ese jinete era tan sólo su propia sombra. Él mismo había tenido que volver de su prisión para poder liberarse. El jinete le dio las gracias, le devolvió a su corcel Anak y se desvaneció.

Ese Rey se llamaba Ismael, y a partir de entonces fue reconocido como el Misericordioso. Su reino se hizo próspero y eran felices y su leyenda se expandió por muchos continentes alrededor del mundo:

Todos lo recuerdan como el Rey bondadoso.

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